Y en el principio fueron los mil pueblos. Corredor de fondo, Andrés Manuel López Obrador no suelta su modo de hacer política, aunque ahora quiere hacerse acompañar ya no de 100 mil, sino de 200 mil brigadistas para la segunda etapa de la “defensa del petróleo” en todo el país.
Cuando dejó la presidencia del hoy entrampado Partido de la Revolución Democrática, López Obrador regresó a su natal Tabasco y se impuso la tarea de recorrer mil pueblos. No terminó porque el PRD lo hizo su candidato al Gobierno del Distrito Federal.
Años más tarde, ungido “presidente legítimo” de México, se dio a la tarea de recorrer la mayoría de los municipios del país. No para, tozudo o necio, como lo ven sus adversarios.
Aquí, al concluir la marcha más nutrida en muchos meses, vuelve a su forma de entender, de hacer la política. La diferencia es que en Tabasco iba de paraje en paraje, apenas acompañado por un colaborador, y ahora plantea hacerse acompañar de 200 mil ciudadanos para ir casa por casa y así establecer “comunicación, de manera permanente, con 10 millones de familias”.
El brigadeo, para usar el viejo término de la izquierda, será, según se infiere del discurso lopezobradorista, la manera de fortalecer el movimiento y de contrarrestar el control que los “potentados” ejercen sobre los medios de comunicación. Las otras formas de la “resistencia”, sin embargo, no están cerradas. Con todo y debate pactado en el Congreso no se cancelan otras acciones, incluida la “resistencia civil” en los espacios legislativos, o el “secuestro”, como lo llamaron durante dos semanas la mayoría de los medios.
El mensaje de los dictadores
Esa palabra, con toda su carga, ha sido de las más suaves para caracterizar al movimiento que encabeza el tabasqueño. El mensaje de los dictadores, lo más burdo, pero de ninguna manera lo único. Lo sabe el principal orador de la soleada tarde dominical: “A Hidalgo lo llamaban demagogo; a Morelos, hereje; a Juárez, indio mugroso; a Villa y a Zapata los trataban de bandidos, y a Madero de loco espiritista, y sin embargo, hoy esos grandes hombres son el ejemplo a seguir y los padres fundadores de la patria”.
Hay risas con esas expresiones de la historia en el Zócalo de quienes ya, en el pasado reciente, se han asumido como “renegados”. Risas, aplausos y hasta expresiones de júbilo cuando López Obrador introduce el amor en su movimiento. “Que nos mueva el amor a la patria y la vocación humanista del amor al prójimo. Luchar por los pobres, los humillados y los ofendidos, es nuestro propósito esencial. Tengamos la confianza de que la fuerza del amor se impondrá sobre la codicia y la manipulación.”
Un largo batir de palmas avaló la nueva fórmula, en tanto siguen los gritos más coreados del día: “¡Obra-dor!” y “¡Pre-si-den-te!” No para el ex jefe de Gobierno, quien sigue con las frases que ha ido calibrando en la primera etapa de la resistencia petrolera: “Aceptemos la afirmación del amor como la mejor forma de hacer política. No deben caber en nosotros ni el odio ni la amargura. Seamos el amor que todo lo da. Amar es perdonar en todo instante”.
Antes de sus vivas a México, de la despedida con el Himno Nacional, insiste y cierra: “Lo que se obtiene con amor se conserva para siempre”.
Frases propias de una gira de mil pueblos, dirán algunos. Frases del político que busca un lenguaje que la gente entienda, comparta, haga suyas. Frases del tozudo de Tabasco, dirán otros.
La consulta y el adiós a 2009
“Estamos unidos”, dice López Obrador, cuando aún no hay desenlace de la elección interna del PRD, con Alejandro Encinas a su lado, y conocidas las frases ásperas de su debate con el senador Carlos Navarrete. “Podemos tener diferencias, pero la causa del petróleo, que es la causa del pueblo de México y de la patria, nos unifica. Que se oiga bien y que se oiga lejos”.
Se oye. A regañadientes, muchos de los legisladores de la corriente Nueva Izquierda estuvieron ahí, aunque algunos evitaron a toda costa ser vistos en la tribuna tomada de San Lázaro.
El reconocimiento del “presidente legítimo” a los legisladores es en general, y para los tres partidos del Frente Amplio Progresista (FAP).
Se debe oír bien y lejos lo que sigue, es de suponerse, como también que muchos fapistas deben hacer de tripas corazón cuando el ex candidato presidencial se dice dispuesto a asumir el “desgaste político” con tal de evitar la privatización de Pemex.
El tabasqueño cita, quizá para subrayar que en este asunto no va solo, al dirigente de Convergencia, Luis Maldonado: “Cuando el interés de México peligra, cuando las amenazas para socavar nuestra soberanía despliegan sus redes de poder y dominación, no es válido invocar posiciones ambiguas o actitudes evasivas.
“Por encima de la rentabilidad electoral de las futuras elecciones, está el porvenir de todos los mexicanos y la defensa irrestricta de la nación.”
Adiós a 2009, dirán unos en las filas fapistas, y afuera otros que de por sí ya auguran la debacle electoral del PRD y sus aliados en los comicios intermedios.
López Obrador aguanta el sol igual que todos. Se hace tiempo para que entren las adelitas, que vienen por el monumento a Colón. Igual se arrancan sin que las columnas terminen de llegar al Zócalo, todavía ocupado en buena porción por el Museo Nómada.
El primer turno es de Claudia Sheinbaum, quien desmenuza párrafos clave de la iniciativa presidencial para exigir que se llame a las cosas por su nombre: “Esto es privatizar”.
El diputado Alfonso Suárez del Real echa mano de una oratoria de los años 50 del siglo pasado para refrendar el compromiso con la resistencia civil: “Al pueblo le tiene sin cuidado que desde los púlpitos del siglo XXI se nos acuse de haber secuestrado el Congreso”.
Rosalinda López, senadora tabasqueña, se lanza contra la “campaña de la ultraderecha” y advierte sobre la estrategia de los adversarios: “Apostaron a la fractura del movimiento”.
Fracturado o no, son de notarse las ausencias de los legisladores de Nueva Izquierda, a quienes ya sus pares del PRI y el PAN, con algunos analistas, ven como la nueva bisagra congresional. No son fuerza menor, pero tal vez se unan –porque la han barajado en público– a la propuesta que desliza López Obrador, una que desde hace un par de semanas se ve como la salida posible en varios frentes: la convocatoria a un referendo, plebiscito o consulta popular para decidir sobre la reforma calderonista.
Eso sí sería voto por voto, aunque quizá no todas las fuerzas políticas asuman el riesgo de una derrota en ese terreno. Para algunas, eso sí sería el ridículo, como frasea el presidente Felipe Calderón.